Miranda Martínez estudió Historia en la Universidad Nacional Autónoma de México y ha realizado estancias de investigación en la Universidad Humboldt de Berlín y en la Universidad de Buenos Aires. Paralelamente, ha participado activamente como promotora de procesos de educación medioambiental y organización comunitaria en comunidades rurales indígenas.
Desde el año 2016 trabaja con la asociación civil vinculada al Área Destinada Voluntariamente a la Conservación “Kolijke” que impulsa diversos talleres enfocados en la conservación medioambiental al igual que campañas de alfabetización y educación popular en el municipio de Zihuateutla, Puebla. Ha participado en la gestión, organización e instrumentación de talleres con niños y adultos en distintas comunidades. También ha colaborado esta asociación en la instrumentación de proyectos productivos agroecológicos de huertos de traspatio, producción de hongo seta, y producción de biofertilizantes y compostas.
Miranda ha impulsado la organización de actividades académicas que buscan reunir a artistas, científicos y humanistas con el objetivo de reflexionar sobre la crisis ecológica actual y generar proyectos que permitan reconfigurar la relación entre seres humanos y naturaleza. Estas actividades buscan promover una toma de conciencia ecológica ampliada, lo que implica enmarcar la devastación del entorno natural dentro de un marco más amplio que se preocupa por la totalidad de formas de vida que están en riesgo en la actualidad.
Estas experiencias la llevaron a desarrollar un interés profundo en cuestiones medioambientales que, gracias a sus prácticas de buceo, la acercaron a proyectos de conservación marina. Su trabajo en Océanos Vivientes A.C. comenzó en 2019, y desde ese momento ha colaborado con el Proyecto Pristis México y en el proyecto de Ecología de la Conservación de Mantarrayas en el Caribe Mexicano.
Este nuevo proceso le ha permitido regresar a los mismos problemas pero ahora quitando los pies de la tierra y metiendo el cuerpo al agua. La experiencia oceánica ha trasformado su visión de las relaciones entre formas de vida, pues habitar el refugio que ofrece el mar enseña las virtudes de la escucha y de la suspensión, obliga a generar un acercamiento sutil entre criaturas donde los gestos corporales parecen más importantes que el lenguaje conceptual.
Acercase entre las aguas a animales no-humanos implica estar dispuesto a emular expresiones de otras criaturas antes que intentar imponerle a ellas los códigos terrestres generados por la voz: abajo del agua las comunidades no se crean por un respirar en conjunto sino mediante un resonar en conjunto o, si hay suerte,a través de la comunión ojo a ojo.
En un medio acuoso lo único que puede haber son cruces de miradas cordiales sostenidas por un par de segundos o, de manera más etérea, el resonar conjunto, la recepción del eco lejano de un encuentro entre seres desconocidos.En el acto de tocarse con los ojos bajo el agua, existe un tipo de comunicación sutil que perdida para vida humana en la tierra. Esta experiencia le ha permitido reconfigurar su experiencia sensible y abrir nuevos caminos de investigación.